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Nuestras mascotas “Jazz”

En Hélade desde siempre ha habido un perrito Jazz y esta es su historia

Siempre a habido un perrito Jazz en el Centro Hélade, el primero desde 1984. Ese fue Jazz 1.

Jazz II (1992 - 2006)

Jazz II se nos fue en Junio de 2006 y fue toda una institución durante sus 14 años de vida. Tuvo que marcharse y nos dejó una bella despedida. Ahora otro Jazz, Jazz III ocupa su lugar, pero sin duda, este que se fue, nos dejo un intenso recuerdo. 


CARTA DEL " JAZZ II " A TODOS LOS NIÑOS BAILARINES  


Su despedida decía así:  


"Había un sol precioso este Domingo 4 de Junio del 2006; casi no podía andar pero mi amito me llevaba en brazos. Me hubiera gustado llegar al festival, pero los "guau-guaus" venimos a la tierra para estar muy poco tiempo y a mí se me hacía ya muy largo, no quería que me vieseis enfermo y triste, quiero que me recordéis alegre, cariñoso, avisando del final de la clase con los últimos abdominales, diciéndole a mi amito que basta de "ecartés", y si hacía falta, era capaz de "robarle" el jersey.  


Han sido 14 años inolvidables, he conocido cientos de niños bailarines, compartí el brillo de sus ojos en mis ojos y todos ellos notaban que yo los entendía; fui el perrito de la danza, el que tuvo el nombre más largo: “Jazz Pérez Martínez de Segovia y Fuentes de Sandrulejo” hasta llegué a bailar con papel de protagonista el ballet "Souvenirs" del coreógrafo Paco Morales.  


Pero donde a mí me gustaba estar era en la clase, con vosotros, con mis niñas y niños, viendo mejorar día a día; he visto a tantos, desde el imperfecto equilibrio del primer passé, a la solidez de las tres "piruettes", y yo siempre sabía lo que mi amito iba a hacer: me acercaba a el, le lamía y le decía: "paciencia faltan muchos años”.  


Os vi crecer de niños y niñas a hombres y mujeres, recibí el infinito amor de la etapa humana más privilegiada, "la infancia" y por ella navegué mis 14 años, siendo con vosotros siempre niño, "ninolcete jazz" que me llamabais.  


Me hubiera gustado despedirme de todos vosotros, de uno en uno, pero ya casi no tenía fuerzas y se me hacía muy duro volver a empezar otro lunes y no poder ser el Jazz que era.  


Si algo os puedo enseñar sería esto que quiero recordéis: 


"no importa de dónde provenga el amor,  pero si está con vosotros a lo largo de vuestra existencia es seguro que seréis tan felices como lo soy yo ahora recordando". 


Es un domingo precioso, me tengo que ir y vosotros debéis preparar un hermoso festival.  


Os prometo verlo".


El "JAZZ II".

Jazz III (2006 - 2022)


CARTA DE ADIOS PARA JAZZ 3


De esos días gélidos, extraños,… porque el cielo es azul intenso y el sol parece derribar a mentirijillas la escarcha de los árboles, de los coches, de los tejados. Un día normal de invierno de Burgos, y que iba a ser el último que disfrutara mi Jazz3 aquel 20 de enero de 2022.


El veterinario me citó a las 10:30 h. Las pasadas noches la cojera propia de la artritis de un perro de más de 15 años nos tenía preocupados. A las cataratas, a su débil corazón y a su casi sordera, se le sumaba esta dolencia que le impedía casi caminar, subir una escalera, orinar con la patita levantada…

Sara nos dejó a la puerta de la clínica, en frente un árbol. Ella iba a aparcar. Me pareció raro que el Jazz3 no lo husmeara… Me quedé observando ese árbol como queriendo atrapar la imagen de mi perro. Al salir me volvería a fijar, pero de otra manera.

Retrocedió unos pasitos, muy lento; no quería entrar a la clínica. Con cuidado, lo cogí por el abdomen. Hacía casi un mes que no se dejaba coger; por las patitas le dolía mucho. Lo deposité en la fría mesa de aluminio brillante y súper limpia, no sin antes pasar por la báscula: 11 kg y 200 gramos, un sobrepeso de casi 2 kg para su estatura y nada bueno, porque al igual que en los humanos el exceso de peso se paga. Siempre digo a mis alumnos que hagan la prueba a saltar con un kilo atado a su cintura: el sobrepeso se convierte en sobre esfuerzo, y un desgaste excesivo para los huesos. La alimentación es muy importante en un bailarín, lo más, como decía Francisco Grande Covián -padre de la dietética-: “uno, es lo que come”. Pero aún es mejor su frase más lapidaria y certera: “nada más natural, ecológico y biológico que la bacteria del cólera, y nada más artificial, sintético y químico que el cloro. Pero gracias al agua clorada, no morimos del cólera.“

España es el segundo país del mundo en donde la gente vive más años; está claro que nuestra alimentación, especialmente la de los últimos 40 años, funciona. ¿Por qué tantas dudas hoy en día?. Jazz siempre comió lo que quedaba en casa, si acaso un poco de aporte dietético específico para su raza, un Teckel de pelo duro, (salchicha). Jazz2 también vivió 15 años, era un "come panes", (chucho callejero) y a Jazz1 me lo robaron con 7; era un Spaniel Bretón. Es decir, llevo 37 años con un compañero canino a mi lado.

Volvió Sara justo cuando Germán, -nuestro veterinario-, nos explicaba que la mejoría no se había producido a pesar del nuevo fármaco. Yo ansiaba volver a bajar a mis clases con Jazz3 a mi lado…

Así había sido siempre: “mis clases sin Jazz me resultaban raras; era increíble ver cómo intuía el principio de la clase a las 16:00 h y entonces desaparecía junto al mueble del equipo de sonido, junto a su agua y mantita. 5 minutos antes de las 18:00 h ya me avisaba: un pequeño gruñido y muchas ganas de llevarme a otra aula, ésta con niños. Los niños eran especiales para Jazz, los adultos sin embargo… 

A los 7 años recibió un mordisco de un perro grande que iba desatado; llegó a casa sangrando, la vena del cuello lacerada, casi lo perdemos. A tiempo le pudieron suturar mientras me miraba con ojos muy apagados; le dolía mucho… Parecía decirme: “haz lo que sea, pero sálvame!, confío en ti”.  Yo también estaba muy asustado, pero lo logramos. Sin embargo, comenzó a tener miedo y cuando un adulto o algo grande se acercaba, gruñía y avisaba marcando (morder sin apretar). Pero con los niños… Jazz se transformaba, al menos hasta los 14 años. Cuando se es tan viejo, los perros no son como los humanos que nos volvemos tiernos y blandos; ellos tienen un miedo crónico y solo confían en sus dueños. Eso refuerza más todavía la extraña relación iniciada hace más de 27.000 años entre humanos y canes. Es muy especial ver que un ser vivo confía su vida en ti; saberse poseedor de ese poder te obliga de por vida a una responsabilidad que se ha quebrado ante esta decisión última.

Sobre las 22:30 h se levantaba, sabía que era la última clase de la jornada, comenzaba a ponerse nervioso, a ladrar, coger la correa, saltar a la silla… En definitiva, parecía decirme, “Alberto, ya es tarde, a cenar, a pasear, a jugar conmigo, a acariciarme, ¡es mi hora!”

Se adelantaba indicándome el camino a las escaleras, incluso llegaba hasta abajo mientras yo todavía ultimaba pequeños detalles con los alumnos. Es muy excitante ver el sentido exacto del tiempo que tienen: el sábado y domingo parecieran no contar para Jazz; su ciclo mágico comenzaba el lunes.

Hoy es jueves. Los últimos jueves, desde octubre, se hacían largos... Debía sacarle a orinar a las 18:00 y a las 20:30 h; ya no aguantaba. Por esa razón hace un mes cuando sus patitas dejaron de subir escalones, decidí dejarlo en casa. Los niños me preguntaban: “¿y Jazz?”… Su ausencia se dejaba sentir. Hay una frase que corresponde a un espectáculo que creé en 2005, “Pielescallar”, que se resume así: “La soledad no existe; lo único que existe es la ausencia”.

A pesar de que al igual que con Jazz2 sabíamos que esa ausencia nos provocaría dolor, decidimos proceder a lo que German sugería como mejor solución. Le puso una inyección para adormecerlo un poco: sobre mis rodillas Jazz se iba durmiendo acariciado por mis manos, desde el lomo hasta el entrecejo. A todos los perros les encantan las caricias en el lomo, la parte que comunica con el rabo, y hay que hacerlo a contrapelo, eso ¡ah!, les encanta!. “A dormir…”, le decíamos, mientras gruñía de gusto; con el sedante parecía otro Jazz, nada le dolía. La segunda inyección es la anestesia; deposité a Jazz sobre las rodillas de Sara, ambos en dos sillas paralelas y Jazz cubierto por nuestras lágrimas. Tres minutos más y Jazz profundamente dormido... Sus esfínteres se aflojaron, manchó la parka de Sara; inerte lo depositamos en la fría mesa de acero, papel higiénico a su alrededor. El pis también se escapaba; tan solo faltaba la tercera inyección, la que paralizaría su débil corazón…

Ya no deseábamos seguir allí, con Jazz 2 lo pasamos muy mal porque lo enterramos nosotros frente a casa. ¿El cuerpo lo entregáis a una facultad de veterinaria? “No”, me dijo Germán, “llamamos a una empresa que lo incinera”.

Un último vistazo…; adiós, compañero. Muy abrazados, salimos, no sin antes entregarle los últimos besos. El árbol sin regar; volví a mirarlo: ninguna imagen, solo un ahogo similar a cuando murió mamá. Estaba en la clase de las 19:00 h, la residencia me avisó. Llevaba dos años atada a una silla, no sabía quién era. Tampoco reconocía a sus hijos; llagas enormes en sus piernas, casi 90 años y dos de un sufrimiento indescriptible. No tuvo inyección, ni caricias en sus blancos cabellos; tampoco esa dulce transición que sucedió con Jazz, que le transportaron de nuestros brazos y besos a otro mundo

Esa envidia de morir feliz, estaba presente en mí cuando acariciaba a Jazz. ¡Cuánto me hubiera gustado acompañar a mamá de la misma manera! Los humanos, a veces, morimos como perros; en este caso, el símil no es acertado.

Se hará difícil rellenar ese hueco, ese espacio, ese tiempo. Me aterra no volver a disfrutar de sus advertencias, largos paseos matutinos en donde aprendí a disfrutar de las grajillas, de los estorninos negros, de los mirlos, y muy especialmente de la urraca. Jazz se ponía contento con su canto, se paraba y me miraba, ¡arriba hay una! Tal vez tuviera su misma edad, viven unos 15 años. Cuando olía el espliego se paraba; me hacía aprovechar momentos que preservo de manera privada, ya que vivir cerca del campo es indescriptible, especial. Mi perro me obligaba a fijar mi mente en pequeños detalles, fotografías hermosas que me condujeron a momentos placenteros y relajantes.

Ese silencio atronador de melodías naturales, se rompía con la música de mis clases de danza, un contraste extraño. La preferida de Jazz era la clásica. En los plies (al principio de la barra de ballet) un bostezo y llegando al adagio del centro, la placidez de su sueño que solo se interrumpía si mi voz, (no la música), subía de tono, no me dejaba enfadarme. Se levantaba, daba una vuelta completa, y me gruñía. Parecía decirme: “no te enfades, son bailarin@s hermos@s”.

Es la sabiduría de aprender de la paciencia. Si Jazz no está presente ¿podré recordarlo? ¿Volveré a ser feliz con las cosas efímeras? Aquellos detalles, ¿podré retenerlos? Un perro te obliga a disfrutar de manera mundana y te “condena” a una puntualidad, a un rigor de las normas que te hacen ser mejor persona y administra tu tiempo de manera eficaz. Asusta perder todo eso.

En “Mis perros”, Delibes, detalla con exquisitez la relación tan profunda que nuestro escritor tenía con ellos. Conocí a Delibes, de pequeño, de manera personal; tenía 14 años, (mi mamá era de Torquemada) en el restaurante San Cristóbal, en Quintana del Puente (Palencia). Le dije que estudiaba en la Salle y que había leído algún libro suyo, “Diario de un cazador” creo recordar. Curiosamente en el 2020, nuestra última producción “Soy como un árbol, que crece donde lo plantan” recrea los personajes de sus novelas a través de la danza. Es una producción de la que estoy muy orgulloso, especialmente la coreografía final, en donde se pone de relieve la conciencia ecológica de Delibes, sus advertencias hacia los ciudadanos del S. XXI. ¡Qué hombre tan fascinante! ¡Qué vida tan plena y gratificante. A menudo pienso que si todo el mundo tuviera perro, el cambio climático no se hubiera producido. Sí, es una bobada, pero se ama lo que se conoce, y mi perro me enseñó a amar muchas de las cosas que hoy son indispensables para que sigamos funcionando como especie.

Ha sido duro decirle adiós, pero alivia pensar que su dolor de huesos ha desaparecido, que trota nuevamente entre matojos, broza y arbustos; que puede soñar con volver a despertarnos lamiendo nuestras manos, ladrar con aquella energía reclamando su paseo, su comida, sus caricias. Será muy difícil explicarles a los más pequeños la crueldad del momento, la ausencia amarga de un calor que ya no existe junto a mi pierna. Incluso en todo esto, hay belleza, especialmente la que se produce cuando sales de la clínica y te cobijas en el abrazo de tu pareja; las piernas nos flaqueaban a ambos pero cuatro piernas sujetan de sobra a un solo corazón. ¡Jazz seguía haciendo su magia!. 

Adiós amigo, tardaremos en volver a tener un Jazz 4, mientras, seguiremos aprendiendo de todo aquello que nos regalaste. Danos tiempo.

“Dedicado a mi Jazz3”

Alberto Estébanez Rodríguez

22 de enero de 2022.

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