APORTACIONES

El Bolschoi

El Bolschoi

Jóvenes bailarines del Bolshoi

Los orígenes del ballet en Rusia deben buscarse en el reinado del zar Pedro el Grande. Desde la fundación de San Peterbsburgo en 1703, el zar, atraído por la cultura europea y singularmente por las artes y aún de una manera especial con su entusiasmo por la danza, llama y brinda hospitalidad a numerosos artistas europeos y entre ellos a coreógrafos y bailarines.


Este entusiasmo por la cultura europea se contagia a la alta sociedad y ya en 1773 los moscovitas se consideraban grandes conocedores del ballet y se preparaban para inaugurar su Teatro de Opera y Ballet .

Previamente, el Consejo del Fideicomiso del Orfelinato de Moscú había establecido unas clases de ballet para sus asilados. El primer maestro del Orfelinato, Filippe Beccari, pese al entusiasmo general por la danza, tuvo que luchar, sin embargo, con el escepticismo del Consejo y se comprometió a no cobrar sueldo alguno hasta que sus alumnos llegaran a ser bailarines profesionales. La labor de Beccari fue un éxito y de sesenta y dos alumnos iniciales, veinticuatro se convirtieron en solistas.

Así desde 1776 se ofrecieron en el Teatro Petrovsky de Moscú representaciones regulares de ballet y por ello el Ballet Bolshoi pudo celebrar en 1976 el bicentenario de sus actuaciones, puesto que, si bien aquel primitivo teatro fue destruido por un incendio en 1805, sobre sus cenizas se levantó un nuevo teatro, el actual Bolshoien ruso "grande ", dado su aforo para dos mil personas. Las dos grandes corrientes que desde el siglo XVII predominaban en el mundo de la danza, la francesa, con su respeto a los fundamentos clásicos del ballet, y la italiana en la que se daba mayor importancia a su contenido, a la mímica ya la expresión, hallan en Rusia la más perfecta síntesis, gracias al genio de varios hombres que enriquecieron el ballet con su inspiración, esfuerzo y entrega.

En efecto, en 1847 llega a San Petersburgo Marius Petipa, considerado el padre del ballet ruso. Petipa, autor de 57 ballets y de 34 danzas para ópera, establece la coreografía del ballet llamado clásico a base de gesticulación pantomímica como lazo de unión de los diferentes pasos: "pas a deux", o sea, la bailarina asistida por su compañero, en "adagio", es decir, ritmo lento de los elementos coreográficos, dos variaciones, una para ella y otra para él y el "corps de ballet" o integrales al final.

De este época son las grandes creaciones de "El Lago de los Cisnes" y "El Cascanueces" que Tchaikowski compuso especialmente para Petipa y que consagraron definitivamente el genio del coreógrafo francés, dejando establecidas desde entonces las reglas para la composición de ballets y el arte mismo de la coreografía.


La técnica desarrollada por Petipa se complementó con la aportación de la escuela italiana llavada a Rusia por Enrico Cecchetti para quien la pantomima tenía más importancia que la técnica. De los trabajos conjuntos de Cecchetti y Petipa surge una síntesis de ambas escuelas que confiere al ballet ruso su indiscutible perfección .

Es preciso hacer ahora una breve alusión al celebérrimo "Ballet Russe" de Sergio Diaghilev que descubrió a Europa y al mundo la maravilla del ballet ruso y durante veinte años acaparó la atención constante de los amantes de la danza. Bajo el impulso de Diaghilev, las grandes figuras de Fokine, Nijinsky, Lifar, Massine y Balanchine, con su talento creador introducen en el ballet aportaciones nuevas y coreografías polémicas, siguiendo el criterio de Michael Fokine, a quien se considera el padre de la danza moderna, basado en la invención constante.

Todo ello se produce fuera de Rusia. En 1917 había estallado en el gran país eslavo la Revolución de Octubre. A primera vista, parecía que el ballet, espectáculo aparente mente elitista y que se consideraba reservado a la alta sociedad, debería haber sido rechazado por la revolución triunfante, por lo menos, en el contenido y estructuras que hasta entonces le eran propias. Sin embargo, desde el principio, Lenin y su comisionado Anatol Lunacharsky le asignaron una parte del escaso presupuesto del nuevo Estado soviético para mantenerlo activo. El Ballet BoIshoi recibe así la protección oficial revolucionaria y un espectáculo nacido para el solaz de los zares, se abre al pueblo en sus mismas estructuras tradicionales, sin aceptar la evolución que gracias, precisamente, al "Ballet Russe" de Diaghilev, se estaba experimentando en Occidente.

No deja de ser curioso que, en un país donde la Revolución realiza un cambio violento de estructuras, el ballet permanezca fiel a la tradición decimonónica importada. Los cuentos de hadas, los príncipes y la fantasía siguen ocupando un lugar preponderante en el repertorio del BoIshoi. Se ha dicho en favor de esta postura que se intentaba emplear el romanticismo como medio para fomentar los ideales contemporáneos, dando pie al romanticismo revolucionario. Para los soviéticos la renovación del ballet no significa acabar con la tradición. La reforma, según ellos, debe surgir desde dentro y la danza clásica debe respetarse ya que es "la quintaesencia de los movimientos humanos artísticamente generalizados".

El ballet soviético no se ha aferrado, no obstante, a una posición estática. La figura masculina, relegada durante mucho tiempo a la simple función de acompañante de la "prima ballerina", pasa a ocupar un puesto preponderante. El héroe de la Unión Soviética está presente en los modernos ballets del BoIshoi, como un hombre real que está transformando el mundo con su trabajo y sus ideales. A ello se debe, en parte, que se haya transformado el estilo de la danza masculina, haciéndola más enérgica y viril.

El Ballet BoIshoi que conserva el recuerdo de figuras como la Pávlova o Calina Ulánova, con sus legendarias creaciones "Ciselle", "El Lago de los Cisnes" y "El Cascanueces", entre otras muchas, ejemplo perenne de fantasía de colorido, plasticidad y dinamismo, ofrece ahora espectáculos que no desmerecen de aquélla: creaciones como "Espartaco" de Kachaturian, realzados, además, con difíciles coreografías. Sus perfectas y acabadas representaciones, entre grandiosos decorados, ricos y variados vestuarios, con la técnica depurada de sus primeras figuras y de todos los integrantes del cuerpo de baile, surgidos de las escuelas de danza anexas al Teatro, hacen del Ballet BoIshoi un ejemplo digno de ser imitado, que prestigia la danza en su más alto nivel artístico.



LA REVOLUCION EN EL TEATRO BOLSHOI

Por Marina SHAKINA

El Teatro Bolshoi, uno de los símbolos nacionales de Rusia, entró en un período de cambios radicales y lo hizo a iniciativa del Estado, en la persona del Pre-sidente Vladimir Putin.

Hace poco, el Presidente de Rusia emitió dos decretos, subordinandole al Ministerio de Cultura, y introduciendo un nuevo sistema de administración en el Teat-ro, a causa de lo cual perdieron sus empleos los antiguos dirigentes del Bolshoi, en particular, el mundialmente célebre bailarín Vladimir Vassiliev.

A lo largo de los últimos cinco años, Vladimir Vassiliev estuvo al frente del Teatro Bolshoi, compatibilizando el cargo de director artístico con la función de jefe admi-nistrativo. Vassiliev ocupó este cargo en 1995, pero previamente había hecho ges-tiones para asegurarse para sí mismo y para el Teatro unas condiciones y competencias realmente excepcionales: la financiación pública individual, separada del Ministerio de Cultura, la depen-dencia directa del primer ministro y la plena libertad en materia de repertorio y firma de contratos.

El ministro de Cultura, Mijail Shvydkoi, atribuyó la decisión del Presidente de disponer el retorno del Bolshoi al seno del Ministerio a que en el próximo lustro el Teatro debería someterse a una recon-strucción amplia y bastante costosa que sería financiada por el presupuesto federal. Y, naturalmente, el Estado debe ejercer el control sobre todos los gastos y dirigir la ejecución de obras.

El quid del problema está en que desde hace diez años en la dirigencia política y en los círculos artísticos se habla del estado deplorable en que se encuentra el mundialmente célebre edificio del Teatro Bolshoi y se plantea la necesidad de repa-rarlo a fondo y someterlo a una moder-nización radical.

Hace unos años empezó a con-struirse por fin la filial del Teatro Bolshoi, en la que se alojará la compañía para el período que duren las obras de recon-strucción que han de iniciarse el 1 de enero del 2002. Resulta evidente que para ese período el Teatro necesitará un administrador fuerte, experimentado y diligente que debe llegar a ser la figura clave del Bolshoi.

El Gobierno ruso ya hizo su elección confiando el cargo de director admini-strativo a Anatoliy Iksanov, gerente de acreditada reputación en el mundo teatral. El «número dos» del Teatro Bolshoi será el director artístico, cargo que ocupará Guennadiy Rozhdestvenskiy, director de orquesta de renombre mundial. Hace cincuenta años, precisamente en el Bolshoi Rozhdestvenskiy inició su carrera pro-fesional. Sin embargo, este último decenio, el músico trabajó en el extranjero, teniendo firmados contratos, en particular, con la orquesta de Goteborg y la orquesta de BBC. Así que Rozhdestvenskiy tendría que sacrificar la actuación en el extranjero a su nuevo cargo en el Bolshoi.

Pero, la renovación en la cúpula dirigente del Teatro obedece no sólo a los fines de reconstrucción. En opinión de muchos especialistas, la libertad artística y financiera otorgada al Teatro en 1995 no condujo a su prosperidad económica y creativa.

A juicio de los críticos, en terreno de repertorio la política del Teatro era extraña, incoherente y confusa. El número de estrenos anuales era mínimo, y muy pocas representaciones merecían ser llamadas todo un acontecimiento en la vida cultural del país. La nueva versión del ballet «El lago de los cisnes» de Chaikovskiy, la nueva representación de «La hija del faraón» de Puni, la ópera «La ondina» de Dargomizhskiy y otros estrenos del Bolshoi provocaron un alud de críticas virulentas en la Prensa.

Tal vez, lo único que podían anotar en su haber los antiguos dirigentes del Bolshoi era la última gira exitosa del elenco de ballet por Gran Bretaña y Estados Unidos.

El nuevo director artístico, presen-tado a la compañía y acogido con benevolencia por ésta, ya demostró que es seria su intención de empezar a crear sin demora la nueva imagen del Bolshoi. Antes del inicio de la nueva temporada, Guennadiy Rozhdestvenskiy tachó de la cartelera la ópera «Oprichnik» de Chai-kovskiy y anuló la nueva representación del ballet «El corsario» de Mincus. En opinión de los críticos, la misma suerte correría el espectáculo «La hija del faraón».

Merecen ser aplaudidos la energía y el entusiasmo con que Guennadiy Rozhdestvenskiy empezó a ejercer sus funciones, pero en opinión de los expertos en la materia, la tarea que tiene planteada es realmente titánica: hacer que el Bolshoi recupere la fama y la gloria de las que gozaba otrora. El propio Teatro siempre está lleno de intrigas, las contradicciones y la colisión de gustos artísticos desgarran a la compañía y en torno al Bolshoi se sostienen luchas políticas y comerciales.

En Rusia siempre ha existido el culto al Teatro Bolshoi. Pese a situaciones conflictivas en su vida interna, la gente igual que antes hace largas colas para conseguir entradas, y en todos los espectáculos está lleno. Y todo lo que sucede en el Bolshoi despierta un vivo interés en la sociedad.

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